El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El Papa anciano y enfermo predica sobre los retos y las bendiciones de la vejez
El 26 de julio, al inicio de su viaje penitencial a Canadá, el Papa Francisco reflexionó sobre los retos y las bendiciones que plantea la vejez. En sus propias palabras, el Santo Padre es un anciano de 85 años y, como lo demuestra el uso de una silla de ruedas o de un bastón, padece una enfermedad que reduce considerablemente su movilidad.
Mientras celebraba la misa en la festividad de san Joaquín y santa Ana, los abuelos de Jesús, el Sumo Pontífice expresó:
Que Joaquín y Ana intercedan por nosotros. Que nos ayuden a custodiar la historia que nos ha generado y a construir una historia generadora. Que nos recuerden la importancia espiritual de honrar a nuestros abuelos y mayores, de sacar provecho de su presencia para construir un futuro mejor. Un futuro en el que no se descarte a los mayores porque funcionalmente “no son necesarios”; un futuro que no juzgue el valor de las personas sólo por lo que producen; un futuro que no sea indiferente hacia quienes, ya adelante en la edad, necesitan más tiempo, escucha y atención.
Según se sabe, el viaje apostólico del Papa a Canadá fue arduo. Sabemos que fue emocionalmente agotador porque el Papa se reunió con muchos de los indígenas que, o bien fueron abusados personalmente por miembros de la Iglesia, o bien representaron a familiares u otras personas que sufrieron a manos de proselitistas excesivamente entusiastas y rígidos. Pero para el anciano y enfermo Papa este viaje también fue físicamente agotador.
En su vuelo de regreso a Roma, el Papa Francisco comentó a los periodistas que o bien tendría que reducir sus viajes o bien dimitir como Sumo Pontífice, lo cual desencadenó un frenesí de especulaciones en los medios de comunicación que, como es habitual, no se ajustaron a la realidad.
El Papa Francisco utilizaba lo que había vivido recientemente para ilustrar la importancia de honrar a nuestros mayores, no por lo que pueden “producir,” sino por lo que tienen que ofrecernos como guardianes de una “historia que nos ha generado.” Según el Santo Padre, este es el legado que nos dejan nuestros padres y abuelos en la fe: “Una herencia que, más allá de las proezas o de la autoridad de unos, de la inteligencia o de la creatividad de otros en el canto o en la poesía, tiene su centro en la justicia, en ser fieles a Dios y a su voluntad.”
El Papa Francisco insiste en que no está dispuesto a dimitir, pero tampoco lo descarta como posibilidad. Dice que ningún papa es insustituible. Los papas van y vienen, pero el Espíritu Santo sigue guiando y dirigiendo a los sucesores de Pedro y los Apóstoles en su deber pastoral de obedecer el mandato de Jesús: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17). Como demuestra el pontífice con el testimonio de su propia vida y sufrimiento, incluso un papa anciano y enfermo tiene mucho que compartir con el pueblo de Dios.
A la luz de sus reflexiones sobre el ‘tesoro” que hemos recibido de quienes nos han precedido, el Papa Francisco se pregunta:
Queridos hermanos y hermanas, preguntémonos, entonces, ¿somos hijos y nietos que sabemos custodiar la riqueza que hemos recibido? ¿Recordamos las buenas enseñanzas que hemos heredado? ¿Hablamos con nuestros mayores, nos tomamos el tiempo para escucharlos? En nuestras casas, cada vez más equipadas, cada vez más modernas y funcionales, ¿sabemos cómo habilitar un espacio digno para conservar sus recuerdos, un lugar especial, un pequeño santuario familiar que, a través de imágenes y objetos amados, nos permita también elevar nuestros pensamientos y oraciones a quienes nos han precedido? ¿Hemos conservado la Biblia o el rosario de nuestros antepasados? En la niebla del olvido que asalta nuestros tiempos vertiginosos, hermanos y hermanas, es necesario cuidar las raíces, y así es cómo crece el árbol, así se construye el futuro.
El respeto a nuestros mayores es una forma importante para que todos, individuos, familias y comunidades, puedan ahuyenten “la niebla del olvido que asalta nuestros tiempos vertiginosos.” También es esencial si alguna vez esperamos liberarnos de las cadenas de la indiferencia que nos impiden llegar a los que ya no son productivos o útiles a los ojos de una sociedad pragmática.
El Papa Francisco cree que nos aguarda un futuro radiante “si, con la ayuda de Dios, no rompemos el vínculo con los que nos han precedido y alimentamos el diálogo con los que vendrán después de nosotros.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †