El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Las personas mayores son un regalo que requiere nuestro respeto y amor
En las últimas semanas el Papa Francisco ha reflexionado sobre el papel que desempeñan las personas mayores en la consecución de la misión de la Iglesia.
El miércoles 1 de junio, la audiencia general del Santo Padre abarcó la última entrega de su catequesis sobre la vejez. Utilizando un versículo de las Sagradas Escrituras, “No me abandones cuando decae mi vigor” (Sal 71:9), el Papa dijo:
La hermosa oración del anciano que encontramos en el Salmo 71 que hemos escuchado nos anima a meditar sobre la fuerte tensión que habita la condición de la vejez, cuando la memoria de las fatigas superadas y de las bendiciones recibidas es puesta a prueba de la fe y la esperanza.
En sus reflexiones, el argentino de 85 años habla de la “fuerte tension” que sienten los ancianos, y de los retos a los que se enfrentan cuando su fe y su esperanza son puestas a prueba por “la debilidad que acompaña el paso a través de la fragilidad y la vulnerabilidad de la edad avanzada.”
El envejecimiento es un proceso que afecta todos los aspectos de la vida humana. Como observa el Papa: “el salmista—un anciano que se dirige al Señor—menciona explícitamente el hecho de que este proceso se convierte en una ocasión de abandono, de engaño y prevaricación y de prepotencia, que a veces se ensaña contra el anciano.”
Probablemente al reflexionar sobre su propia experiencia, el Santo Padre parece gritar: “¡Es verdad! En esta sociedad del descarte, esta cultura del descarte, los ancianos son dejados de lado y sufren estas cosas.”
El Papa Francisco critica nuestra cultura contemporánea, que parece estar obsesionada con la juventud, y que pretende marginar a los miembros mayores de la sociedad. En concreto, cita el abandono y la indiferencia que deben soportar las personas mayores:
A menudo leemos en los periódicos o escuchamos noticias de personas ancianas que son engañadas sin escrúpulos para apoderarse de sus ahorros; o que quedan desprotegidas o abandonadas sin cuidados; u ofendidas por formas de desprecio e intimidadas para que renuncien a sus derechos. También en las familias—y esto es grave, pero sucede también en las familias—suceden tales crueldades. Los ancianos descartados, abandonados en las residencias, sin que los hijos vayan a visitarles o si van, van pocas veces al año. El anciano puesto en el rincón de la existencia.
El Sumo Pontífice sostiene con contundencia que todos los miembros de la sociedad tienen la obligación moral de cuidar a los ancianos “cada vez más numerosos, y a menudo también más abandonados.” No nos atrevamos a permitir que se deshonre a los integrantes más mayores de nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra Iglesia, en directa transgresión al cuarto mandamiento.
El Papa Francisco asegura que: “Cuando oímos hablar de ancianos que son despojados de su autonomía, de su seguridad, incluso de su hogar, entendemos que la ambivalencia de la sociedad actual en relación con la edad anciana no es un problema de emergencias puntuales, sino un rasgo de esa cultura del descarte que envenena el mundo en el que vivimos.”
Una sociedad que no reverencia y cuida a sus miembros mayores tiene graves problemas. “¿Por qué la civilización moderna, tan avanzada y eficiente, se siente tan incómoda con la enfermedad y la vejez, esconde la enfermedad, esconde la vejez?” cuestiona el Papa. “¿Y por qué la política, que se muestra tan comprometida con definir los límites de una supervivencia digna, al mismo tiempo es insensible a la dignidad de una convivencia afectuosa con los ancianos y los enfermos?”
El modo en que tratamos a nuestros miembros más mayores define lo que somos como cultura. O amamos y respetamos a los que nos precedieron, o los abandonamos—a ellos y a nosotros mismos—a la cruel indiferencia de la cultura de la muerte.
La ironía, por supuesto, es que todos envejecemos, y si somos bendecidos con una larga vida, también envejecemos y nos enfermamos de mente, cuerpo o espíritu (a veces de las tres cosas). Como nos recuerda el Santo Padre:
Recuerda que también tú serás anciano o anciana. La vejez viene para todos. Y como tú querrías ser tratado o tratada en el momento de la vejez, trata tú a los ancianos hoy. Son la memoria de la familia, la memoria de la humanidad, la memoria del país. Custodiar a los ancianos que son sabiduría.
El Papa Francisco concluye su reflexiones con una oración: “Que el Señor conceda a los ancianos que forman parte de la Iglesia la generosidad de esta invocación y de esta provocación. Que esta confianza en el Señor nos contagie. Y esto, por el bien de todos, de ellos y de nosotros y de nuestros hijos.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †