El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El papa Francisco nos critica y nos consuela a la vez
“La verdadera meta es [...] aumentar la presencia real del Evangelio en la Iglesia y en el mundo. Yo resumiría esta meta en tres encabezados específicos: informar, corregir y promover.”
(Joseph Ratzinger, ahora papa emérito Benedicto XVI).
Cuando el papa habla, ya sea oficial o extraoficialmente, lo hace con Cristo y en nombre de él, quien es la cabeza de la Iglesia. Podemos decir lo mismo de todos los obispos que han sucedido a los Apóstoles y son responsables, primero que nada, del gobierno pastoral de sus respectivas diócesis pero que, al unirse a los obispos de Roma y entre ellos, también comparten la responsabilidad de la Iglesia universal.
Joseph Ratzinger, ahora papa emérito, Benedicto XVI, ha escrito ampliamente acerca de la función de maestros que tienen el papa y los obispos. En sus reflexiones concluye que no existe (o no debería existir) ninguna tensión entre el papa como vicario de Cristo y los obispos como sucesores de los apóstoles.
La autoridad del papa como maestro fue uno de los temas principales del Concilio Vaticano I, en tanto que en el Concilio Vaticano II fue el de la función de los obispos. Juntos, al enseñar de una forma colectiva que en modo alguno atenúa la primacía del papa, los obispos pueden hablar enérgicamente y al unísono, acerca de la fe y la moral, y acerca de las principales interrogantes de nuestros tiempos.
En su exhortación apostólica publicada recientemente y titulada “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”), el papa Francisco cumple las tres funciones que su predecesor, el papa emérito Benedicto XVI, señala como fundamentales para el ministerio de enseñanza de un obispo: informar, corregir y promover.
Informar no significa simplemente comunicar información; alude, por encima de todo, a la formación de la conciencia. Cada cristiano tiene la obligación de actuar conforme a una conciencia bien informada. La autoridad docente de la Iglesia no puede imponer su doctrina a nadie, pero sí puede y debe proponer su entendimiento sobre la verdad a todos los creyentes y al mundo entero. El siguiente es un ejemplo de la labor del papa Francisco para formar nuestra conciencia:
“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte” (“Gaudete et Exsultate,” #101).
Aquí el papa procura ayudarnos a ver la relación esencial entre pensar y actuar correctamente. Todo el que ame la vida debe defender toda la vida humana contra todas las formas de injusticia y desigualdad.
Pero “Gaudete et Exsultate” también contiene ejemplos de los esfuerzos del papa por corregir el tipo de pensamiento distorsionado que acarrea graves errores. De hecho, el Santo Padre emplea esta exhortación apostólica para desafiar a aquellos que considera como “enemigos sutiles que la santidad” para que se despojen de su “elitismo narcisista y autoritario” y se entreguen a una actitud más abierta, amorosa e indulgente frente a las dificultades que enfrenta la gente ordinaria que procura seguir a Jesús, aún a pesar de sus debilidades, su egoísmo y el pecado.
“Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino”—advierte el papa—“Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios” (“Gaudete et Exsultate,” #41).
Al papa Francisco se lo ha tildado de intolerante con aquellos que no están de acuerdo con él, cuando en efecto solamente ejerce su deber apostólico como pastor para repeler a quienes considera que ponen en peligro su rebaño al intentar descarriarlo. Lo que el papa Benedicto XVI llamó el “ministerio profético del reproche” es esencial para el ministerio de enseñanza de la Iglesia puesto que de esta forma el papa y los obispos pueden hablar enérgicamente y al unísono acerca de los temas más controvertidos de nuestra época.
Por último, y quizá lo más importante hoy en día, el papa Francisco promueve activamente la alegría del Evangelio. Deja muy en claro que la santidad no es algo que solo puedan alcanzar los santos. Todos estamos llamados a sentir alegría y todos tenemos el potencial, guiados por la gracia de Dios, de llegar a ser santos.
Nadie debe sentirse desalentado. Dios nos ama tal como somos, aunque nos llame a ser mejores.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †