El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El papa Francisco señala que el pecado nos separa de Dios y del prójimo
¿Alguna vez se ha preguntado porque todas las misas comienzan con oraciones que se concentran en nuestra condición de pecadores y en la misericordia de Dios? El papa Francisco señala que esto se debe a que el pecado nos ha separado de Dios y del prójimo. Para participar plenamente en la Eucaristía, primero debemos reconocer nuestros pecados y seguidamente pedirle a Dios que restituya nuestra relación con Él y con el prójimo.
“El pecado corta: corta la relación con Dios y corta la relación con los hermanos, la relación en la familia, en la sociedad, en la comunidad” afirmó el papa durante su primera audiencia general del nuevo año. El pecado siempre causa división, corta, separa y divide.
Al comienzo de la misa, nos disponemos “a celebrar dignamente los santos misterios, reconociendo delante de Dios y de los hermanos nuestros pecados, reconociendo que somos pecadores.”
El Yo Pecador (la confesión general), que se incluye opcionalmente en el rito penitencial, enfoca nuestra atención a los pecados que hemos cometido en pensamiento palabra y acción. Pero también es un reconocimiento de nuestros pecados por omisión: aquellas situaciones que requieren nuestra participación activa y en las que no fuimos capaces de actuar o hablar.
El papa comentó que “a menudo nos sentimos buenos porque—decimos—‘no he hecho mal a nadie.’ ” “En realidad, no basta con hacer el mal al prójimo, es necesario elegir hacer el bien aprovechando las ocasiones para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús.”
Confesar ante Dios y nuestros hermanos que somos pecadores nos ayuda a entender por qué el pecado nos separa, no solamente de Dios, sino también del prójimo, tal como lo menciona el papa. Después, al hacer el gesto de golpearnos el pecho, repetimos las palabras “por mi culpa” tres veces y esto también es un recordatorio de que la responsabilidad de haber pecado nos corresponde a nosotros y a nadie más.
Según lo expresa el papa Francisco, a veces, por temor o por vergüenza, queremos culpar a los demás de nuestros pecados, pero siempre es bueno confesar nuestros pecados «sinceramente». Esto es, realizar una confesión honesta reconociendo la responsabilidad de lo que hemos hecho o dejado de hacer y no culpar a los demás ni minimizar la gravedad de nuestros pecados.
“Después de la confesión del pecado—prosigue el papa Francisco—suplicamos a la beata Virgen María, los ángeles y los santos” para que nos ayuden en el camino hacia una comunión completa con Dios “cuando el pecado será definitivamente anulado.”
Acudir a María—quien, al igual que su hijo no poseía ningún pecado—así como también a los santos y a los ángeles que conocen nuestras dificultades y se encuentran cerca de Dios, nos ayuda a sobrellevar la carga asociada a la culpa. Esto nos ayuda a superar la amarga soledad que a menudo acompaña a aquellos pecados ocultos que arrastramos a diario.
El papa Francisco hace especial énfasis en la importancia de la devoción a María que, según afirma, no es una opción sino una obligación de todos los cristianos. “La devoción a María no es una cortesía espiritual” expresó el Sumo Pontífice en su homilía durante la celebración de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en el día de Año Nuevo. “Es una exigencia de la vida cristiana.”
Continúa diciendo que la Iglesia necesita del corazón de una madre que sepa mantener el tierno amor de Dios y sentir el dolor de todos nosotros, para prevenir que el cristianismo se reduzca a tan solo una idea o una doctrina.
A menudo, María guardaba silencio y ponderaba los misterios de Dios en su corazón. El papa Francisco considera que tenemos mucho que aprender del silencio de María y que ella puede enseñarnos a mantener la calma ante situaciones difíciles o confusas. Además, puede ayudarnos a sustraernos del ruido y las distracciones de la vida cotidiana “la ruidosa confusión de la publicidad, frente a la abundancia de palabras vacías y las olas impetuosas de las murmuraciones y quejas.”
Confesar nuestros pecados al comienzo de la misa nos sirve como recordatorio para salir del mundo del pecado y el mal para colocar nuestras mentes y corazones al cuidado amoroso de María y de todos los ángeles y los santos. Este debe ser un momento de sanación para reparar la brecha que existe entre nosotros y Dios, y el aislamiento que sentimos con respecto al prójimo.
Tal como lo expresa el papa Francisco, el pecado siempre causa división, corta, separa y divide. Pero la gracia de Dios, que se manifiesta más poderosamente en la beata Virgen María, es más fuerte que el pecado. No importa cuán graves sean las heridas, el amor y la misericordia de Dios siempre están listos para sanarnos y restituir nuestra comunión completa con Dios y el prójimo.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †