Cristo, la piedra angular
Estamos llamados a difundir el amor eucarístico y la misericordia de Cristo
“Un Misionero Eucarístico es cualquier católico que, inspirado por un encuentro con Cristo en la Eucaristía y alimentado por el Pan de Vida, permite que Dios le utilice como instrumento de su gracia ‘para la vida del mundo.’ Estos misioneros abrazan su identidad más profunda como miembros del Cuerpo de Cristo y se comprometen a vivir una vida eucarística con un corazón para los más necesitados, los perdidos y los ‘últimos.’ ” (Avivamiento Eucarístico Nacional, #4, pilar, “Misión Eucarística”).
Uno de los pilares del Avivamiento Eucarístico Nacional de tres años es una sólida profundización en nuestro aprecio por la Sagrada Eucaristía “mediante la formación” en el gran misterio de la fe que celebramos cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la misa o reconocemos la presencia real de nuestro Señor en la adoración eucarística. Por mucho que sepamos intelectualmente sobre las enseñanzas de la Iglesia acerca de la Eucaristía, la verdadera comprensión solo proviene de la experiencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que “el principal fruto de recibir la Eucaristía en la sagrada Comunión es una unión íntima con Cristo Jesús” (#1391). La Eucaristía preserva, aumenta y renueva la vida de gracia que recibimos en el bautismo. Al final, la Eucaristía, que no es un objeto sino una persona, Jesucristo, une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.
Jesús está verdaderamente presente entre nosotros cuando recibimos la sagrada Comunión y cuando le adoramos en el Santísimo Sacramento. Pero no solamente está con nosotros en la iglesia sino que camina a nuestro lado cuando salimos y seguimos con nuestra vida cotidiana. Está allí con nosotros cuando recordamos momentos pasados de pena o dolor, y celebra con nosotros los momentos festivos de alegría. Nos ofrece su amor sanador y su misericordia en la enfermedad, y nos reta a permanecer fieles y a seguir sus pasos, incluso hasta el sufrimiento y la muerte por el bien de su Evangelio.
Por encima de todo, Jesús nos acompaña cuando, terminada la misa, nos vamos y asumimos nuestra responsabilidad bautismal como discípulos misioneros.
Jesús nos ha invitado a cada uno y a todos como comunidad de fe, a encontrarnos con él de una forma profundamente personal en el santo sacrificio de la misa. Nos invita a renovar nuestra relación con él y entre nosotros, a escuchar la Palabra de Dios y a recibir su precioso Cuerpo y Sangre como el alimento y la bebida espirituales que necesitamos desesperadamente para mantenernos fuertes en nuestro camino de fe.
Por supuesto, sabemos que comulgar y recibir la Sagrada Eucaristía no es un fin en sí mismo. La Eucaristía existe por el bien de la misión que Cristo nos confió como sus discípulos, antes de regresar a su Padre celestial: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva” (Mk 16:15). Primero nos reunimos en torno a la mesa eucarística, el altar del sacrificio de Cristo, y luego se nos envía a ser misioneros eucarísticos que comparten el Pan de Vida con todos aquellos cuyos corazones tienen hambre.
Al recibir la Eucaristía, la gracia de Dios nos colma hasta desbordarnos y como administradores de esta gracia, estamos obligados a compartirla generosamente con todo el pueblo de Dios. Este es el significado de la “misión eucarística.” La Eucaristía nos permite recibir al Señor con un corazón limpio y aceptar su invitación a ser discípulos misioneros al servicio de los demás. El fundamento del discipulado misionero se basa en dejar que Jesús nos transforme para parecernos más a él y así poder entregarnos a él y a los demás.
En su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), el Papa Francisco escribe: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor [1 Jn 4:19]; y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (#24).
Esta es la misión eucarística que se nos ha encomendado: “salir” y difundir con valentía la Buena Nueva del amor y la misericordia eucarísticos de Cristo en palabras y obras, a todos los que nos encontremos, especialmente a los marginados de la sociedad.
Jesús en la Eucaristía es la respuesta al anhelo inquieto del corazón humano y si realmente creemos esto, entonces esa fe viva nos impulsará a compartir esta alegría con nuestros hermanos y hermanas. De eso trata el tercer año del Avivamiento Eucarístico Nacional, el Año de la Misión.
Recuerde que no estamos solos: Toda la Iglesia camina junta en misión, y el Avivamiento existe para apoyarnos con recursos, inspiración y aliento mientras continuamos en este apasionante viaje. †