Cristo, la piedra angular
Ahondemos en la historia de amor más grande jamás contada
“Cristo acude a nosotros en la Eucaristía y se nos ofrece en cuerpo y sangre, alma y divinidad. Nos alimenta, ofreciéndose como “nuestro pan de cada día.” Resulta fácil por alto este extraordinario don; incluso la gente que va a misa cada domingo olvida que Jesús no está presente simbólicamente, sino de manera verdadera y sustancial” (Congreso Eucarístico Nacional, “Restaurados”).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 19 de julio cuando nos encontramos inmersos en el Congreso Eucarístico Nacional de cinco días de duración que se celebra en el Lucas Oil Stadium y en el Centro de Convenciones de Indiana, en Indianápolis. ¡Qué experiencia tan maravillosa!
Uno de los pilares del Avivamiento Eucarístico Nacional de tres años es una “sólida profundización” en nuestro aprecio por la Sagrada Eucaristía “mediante la formación” en el gran misterio de la fe que celebramos cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la misa o reconocemos la presencia real de nuestro Señor en la adoración eucarística.
Por mucho que sepamos intelectualmente sobre las enseñanzas de la Iglesia acerca de la Eucaristía, la verdadera comprensión solo proviene de la experiencia. El encuentro personal con Jesús que ocurre cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, y cuando adoramos su presencia verdadera en la hostia sagrada, es insustituible.
El Congreso Eucarístico que se está celebrando ahora es una inmersión en el misterio de la sagrada Eucaristía. Compartir esta experiencia de encuentro personal con decenas de miles de personas de todos los rincones de nuestro país y más allá es verdaderamente ilustrativo. Juntos experimentamos tanto la intimidad de la comunión con Jesús como la unidad comunitaria en la diversidad que es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Durante cinco días de esta semana, estamos comiendo y bebiendo, rezando y aprendiendo, y descubriendo lo que significa ser creados, redimidos y santificados por Dios que se nos ha revelado en Jesús, el Verbo Encarnado.
No cabe duda de que Jesús camina con nosotros esta semana; nos acompaña durante las liturgias, las presentaciones de mujeres y hombres de profunda fe, las comidas y las actividades de esparcimiento, y todos los preciosos momentos de oración personal y diálogo fraternal que se dan durante las actividades programadas. Evidentemente, nuestro Señor eucarístico está allí con nosotros cuando recordamos momentos pasados de pena o dolor. Nos ofrece su amor sanador y su misericordia, y nos reta a permanecer fieles y a seguir sus pasos, incluso hasta el sufrimiento y la muerte por el bien de su Evangelio.
Cada día de este Congreso Eucarístico Nacional tiene un tema que resume elementos clave de la historia de nuestra salvación. Comenzamos el miércoles con una reflexión sobre la maravilla de la creación y las muchas maneras en que Dios nos habla a través de la belleza y la majestuosidad del mundo que el Papa Francisco llama “nuestra casa común.”
Ayer centramos nuestra atención en el extraordinario don de la gracia que se nos concede cada vez que recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, que está verdaderamente presente ante nosotros en el Santísimo Sacramento. Contemplando este gran misterio de nuestra fe, descubrimos una vez más cómo podemos entender verdaderamente la historia de nuestras vidas en el contexto de la historia de la salvación, la historia de amor más grande jamás contada.
Hoy reconocemos nuestra naturaleza humana abatida y la realidad del pecado y el mal en nuestro mundo, y pedimos al Señor que nos cure y nos ayude a crecer en santidad para que podamos ser realmente las personas que Dios quiere que seamos. Mañana nos alegraremos con la buena noticia de que hemos sido salvados de las consecuencias mortales del pecado y del mal por el extraordinario amor de Dios Padre, que sacrificó a su Hijo único para redimirnos del poder de la muerte.
Por último, el domingo, nos confiaremos de la forma más plena y completa posible a aquel que dio su vida por nosotros y nos invita a encontrarnos con él en la Eucaristía.
El Congreso Eucarístico ha reforzado fuertemente nuestra creencia de que “el principal fruto de recibir la Eucaristía en la sagrada Comunión es una unión íntima con Cristo Jesús.” Tal como lo estamos experimentando ahora, la Eucaristía preserva, aumenta y renueva la vida de gracia que recibimos en el bautismo. Nos separa del pecado, fortalece la caridad, que tiende a debilitarse en la vida cotidiana, y ayuda a protegernos contra futuros pecados mortales. Al final, la Eucaristía une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia de Jesucristo [Catecismo de la Iglesia Católica, #1396].
Gracias a Dios por las muchas personas maravillosas que han hecho de esta una experiencia tan festiva, inspiradora y, sobre todo, sagrada para la Iglesia en Estados Unidos. Que Cristo siga bendiciendo a su Iglesia con el precioso don de su Cuerpo y de su Sangre. †