Cristo, la piedra angular
Al igual que las madres, nuestra llamada es a compartir el amor vivificante de Dios
Las lecturas de las Escrituras del sexto domingo de Pascua nos hablan del amor. “Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios,” nos dice San Juan en la segunda lectura (1 Jn 4:7). “Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4:7).
Dado que estamos a solo seis semanas de la celebración de la Semana Santa, con su intenso enfoque en la pasión y muerte de nuestro Redentor, nuestra noción del “amor” no es romántica ni sentimental. El tipo de amor que presenciamos en la crucifixión de Jesús es totalmente desinteresado y sacrificado. Del mismo modo, el tipo de amor maternal que vimos en María cuando estaba al pie de la cruz era humilde y estaba lleno de compasión por su hijo.
El amor cristiano trata de reflejar el amor que es la vida interior de Dios. Es generoso, considerado, amable y compasivo. Como nos dice san Juan, el amor de Dios es vivificante:
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él” (1 Jn 4:9).
Por supuesto, Dios Padre eligió a María para que fuera su compañera en la encarnación de su Hijo unigénito, y ella lo aceptó. Por el poder del Espíritu Santo, con el generoso consentimiento de la Virgen María, el Dios que es amor se hizo uno de nosotros “para que vivamos por él” (1 Jn 4:9).
Este es el amor que celebramos en este tiempo de Pascua: un tipo de amor que nunca es excluyente ni juzga, sino que está a disposición de todos. Como proclama san Pedro en la primera lectura del domingo:
“Ahora comprendo verdaderamente que ‘para Dios no existen favoritismos. Toda persona, sea de la nación que sea, si es fiel a Dios y se porta rectamente, goza de su estima. [...] Mientras Pedro les hablaba así, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que lo escuchaban” (Hc 10:34-35,44).
El don del Espíritu Santo, que celebraremos con alegría dentro de dos semanas en la solemnidad de Pentecostés, abre nuestros corazones al amor de Dios. Este mismo don nos impulsa a compartir con todos los que encontramos el amor redentor que hemos sentido en la resurrección de Cristo de entre los muertos.
En el Día de la Madre, que también celebramos este domingo, reconocemos los muchos sacrificios que hacen las madres cuando traen una nueva vida al mundo y luego alimentan, guían y apoyan con ternura a sus hijos mientras crecen hasta la madurez. Por su propia naturaleza, la maternidad es vivificante, pero cuando refleja el amor de Dios por su familia, el amor materno es también valiente y abnegado.
El papa Francisco ha dicho con frecuencia que su imagen favorita de la Iglesia es la de una «madre amorosa». Una madre que ama a sus hijos puede ser ferozmente protectora; puede ser implacable en su deseo de conseguir lo mejor para sus hijos; y puede ser capaz de realizar actos heroicos de entrega en su apoyo a sus hijos. Como lo expresa el Santo Padre, la Iglesia es más fiel a su misión cuando sigue el ejemplo de María, y de todas las madres amorosas, en su fidelidad a sus hijos.
El amor que celebramos durante el tiempo de Pascua está especialmente lleno de alegría. Es el amor que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, haciendo brillar la luz de la verdad y de la paz en un mundo cansado y atribulado. Después de más de un año de pandemia, malestar social y dificultades económicas, acogemos de todo corazón el don del amor redentor y sanador que nos brinda el Espíritu Santo. Como dice Jesús en el Evangelio de este domingo:
“Estas cosas les he hablado, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea completo. Éste es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que es el poner su vida por sus amigos” (Jn 15:11-13).
Nuestra alegría es completa cuando amamos a Dios y a los demás como Jesús nos ama. Esto significa renunciar a nuestros propios intereses en obediencia a la voluntad de Dios para nosotros, pero también significa dar la vida por los demás. Esto es lo que hacen las madres (y también los padres) cuando sacrifican sus propios intereses por el bien de sus familias.
Nuestra cultura habla con demasiada frecuencia del amor en términos de autogratificación y de satisfacción de nuestros deseos personales. No cabe duda de que hay un elemento de satisfacción emocional en las relaciones que son verdaderamente amorosas, pero cualquier intento de ver el amor como algo centrado principalmente en el yo está condenado al fracaso y a la decepción. El verdadero amor debe ser una expresión de entrega total por el bien de los que amamos. Todo lo que no sea eso es indigno del amor que celebramos en esta época de alegría pascual.
¡Feliz y bendecido Día de las Madres para todas las madres! †