Cristo, la piedra angular
El bautismo de Jesús nos llama a compartir su humildad, su santidad
“Tras mí viene uno que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os bauticé con agua, pero Él os bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1:7– 8).
Resulta apropiado que la lectura del Evangelio de este domingo, el Bautismo del Señor, incluya a san Juan el Bautista, quien fue una figura clave durante el período de Adviento. Él fue la autoproclamada “voz que clama en el desierto,” llamándonos a todos al arrepentimiento y al renacimiento a través de un bautismo de agua. Su misión era preparar el camino para el tan esperado Mesías, por lo que es significativo que esté presente como testigo del ingreso de Jesús en la vida pública y en su ministerio.
Los Evangelios ilustran a Juan el Bautista como un hombre austero, un profeta que declaró la verdad ante el poder y, como consecuencia, fue recompensado con la muerte de un mártir.
Juan estaba muy consciente de lo que era y lo que no. “Tras mí viene uno que es más poderoso que yo—proclama Juan—a quien no soy digno de desatar, inclinándome, la correa de sus sandalias.”
San Marcos nos describe el milagro que presenció Juan el Bautista:
“Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu como paloma descendía sobre Él; Entonces vino una voz del cielo, que decía: ‘Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco’ ” (Mc 1:9-11).
Pero incluso después de ser testigo de esta gran epifanía en el momento en que bautizó a Jesús en el río Jordán, Juan apenas podía adivinar la verdadera identidad y misión de su primo menor. Como muchos de nosotros, Juan necesitaba que le dijeran que “los ciegos ven, los cojos caminan y los pobres reciben la Buena Nueva” (Mt 11:5) para poder estar listo para creer.
Lo que significa el bautismo en el Jordán es que el ministerio de Jesús es una obra del Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús nunca actúa por sí solo; sus palabras y acciones están siempre unidas a la voluntad de su Padre; siempre están potenciadas por su Espíritu Santo. El bautismo de Jesús inaugura el ministerio público del Señor. A partir de ese momento, pasa el resto de su corta vida en la Tierra predicando, curando, consolando y desafiando a todos los que tienen oídos para oír.
El Bautismo del Señor celebra la humildad y la santidad de Jesús. No tenía que arrepentirse ni renacer espiritualmente. Eligió someterse a este ritual de limpieza como una señal de que este tipo de acción es esencial para aquellos de nosotros, sus discípulos, que quieran seguirlo. A menos que nos entreguemos a la voluntad del Padre y nos dejemos llenar con la gracia santificante del Espíritu Santo, no podremos llevar a cabo con éxito el trabajo de Jesús: proclamar la Buena Nueva, curar las heridas de los demás y llevar consuelo y alegría a un mundo triste y cansado.
Para seguir a Jesús como discípulos misioneros, debemos ser humildes y santos como él; debemos ser sirvientes que lideren con una confianza serena en el poder de Dios para lograr cosas que nos resultarían imposibles de alcanzar por nosotros mismos. San Juan Evangelista nos dice que “[Juan el Bautista] vio a Jesús que venía hacia él, y dijo: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29).
Este hombre humilde y santo, el “Cordero de Dios,” puede quitar los pecados del mundo precisamente porque todo lo que dice y hace está en perfecta conformidad con la voluntad de Dios. Cada milagro de curación y esperanza que realiza es posible por el poder del Espíritu Santo.
El Bautismo del Señor es una fiesta que nos invita a llevar adelante la alegría que experimentamos en la época de la Navidad. Jesús nos muestra el camino para ser sus humildes y santos discípulos misioneros. Nos invita a entregarnos a la voluntad del Padre y a llenarnos de la gracia del Espíritu Santo, para que en el nombre de Jesús podamos traer sanación y esperanza a todas nuestras hermanas y hermanos aquí en casa y en todo el mundo.
Al comenzar este nuevo año calendario 2021, pidamos al Cordero de Dios que quite los pecados del mundo que experimentamos tan intensamente el año pasado. Que todos encontremos formas de entregar nuestros egos y llenarnos de la gracia de Dios para que la curación y la unidad que nuestro mundo necesita tan desesperadamente pueda ocurrir en y a través de nosotros.
¡Que tengan un bendecido año nuevo! †