Cristo, la piedra angular
¿Creemos que Jesús es la resurrección y la vida?
“Al llegar María adonde estaba Jesús, cuando lo vio, se arrojó a Sus pies, diciendo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’ ” (Jn 11:32).
El Evangelio del quinto domingo de la Cuaresma (Jn 11:1-45), revela la humanidad de Jesús en todo su esplendor. Su amigo ha muerto y lo enterraron cuatro días antes de que Jesús llegara a Betania donde vivía Lázaro con sus hermanas, Marta y María (la mujer que ungió al Señor con aceite perfumado y secó sus pies con su cabello). Las hermanas estaban destrozadas por el dolor y le imploraron a Jesús que hiciera algo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto,” le dice Marta. “Aun ahora, yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Jn 11:21-22).
Jesús les asegura que Lázaro resucitará, pero Marta está impaciente. “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final” (Jn 11:24) le dice ella. La respuesta de Jesús es una de las afirmaciones más poderosas y que se repiten a menudo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás” (Jn 11:25-26).
Y a continuación le pregunta a Marta: “¿Crees esto?” Y ella le responde: “Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, o sea, el que viene al mundo” (Jn 11:26-27).
Una y otra vez, los Evangelios conectan la fe robusta de personas como Marta con la capacidad de Jesús de obrar milagros para demostrar el poder sanador de Dios. De hecho, es debido a que Marta cree en él, y porque está profundamente conmovido por el dolor de las hermanas, que Jesús interviene en el curso natural de la vida y resucita a Lázaro de entre los muertos.
Tal como san Juan deja en claro, la muerte de su amigo no es algo que Jesús se toma a la ligera. “Se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció” (Jn 11:33). San Juan nos dice que lloraba y que “por eso los judíos decían: ‘Miren, cómo lo amaba,’ ” (Jn 11:36). Pero la multitud no tiene la fe de Marta o de María; son críticos e incrédulos. “¿No podía Este, que abrió los ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera?” (Jn 11:37), reclamaron. Por eso Jesús reza: “Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea, para que crean que Tú me has enviado” (Jn 11:41-42).
Lo que desea Jesús, por encima de todo, es que tengamos fe en aquel que lo envió, el Padre amoroso y misericordioso que es la fuente de toda la vida, la sanación y la esperanza. Y tal como le dice a Marta: “¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11:40). Todo el poder, toda la bondad y toda la alegría provienen del Padre a través del Hijo y por la gracia del Espíritu Santo.
Jesús obra el milagro de resucitar a Lázaro de entre los muertos como un acto de profundo amor y amistad hacia dos hermanas y su querido hermano, pero también es un signo poderoso para aquellos que, según nos relata san Juan, intentaban lapidarlo. De la forma más concreta posible, Jesús envió un mensaje a sus enemigos (y a todos nosotros) de que toda la vida es sagrada y el amor es más fuerte que la muerte.
Y al decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal fuera!” (Jn 11:43). El difunto salió con las manos y los pies atados con vendas funerarias y el rostro envuelto en un sudario. Así que Jesús les dijo: “Desátenlo, y déjenlo ir” (Jn 11:44). Entonces muchos de los judíos que habían acudido a María y habían visto lo que él hizo comenzaron a creer en él; pero, por supuesto, muchos otros se negaron a creer. Al continuar la lectura más allá del Evangelio del domingo, nos enteramos de que los fariseos utilizarán este milagro como otra evidencia de que Jesús es su enemigo. “¿Qué hacemos?—preguntan—porque este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en Él, y los romanos vendrán y nos quitarán nuestro lugar y nuestra nación” (Jn 11:47-48). El amor y el poder sanador de Dios es rechazado porque los líderes religiosos de la época de Jesús carecían del valor necesario para creer en él. “Así que, desde ese día—nos dice san Juan—planearon entre sí matar a Jesús” (Jn 11:53).
A medida que avanzamos en nuestro camino cuaresmal, recemos para tener el valor para creer que el milagro de resucitar a Lázaro de entre los muertos es un signo de que todos estamos destinados a unirnos con Jesús, la resurrección y la vida. †