Cristo, la piedra angular
Reconozcamos a Jesús como el agua viva que anhelamos
“El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4:13-14).
La lectura del Evangelio del tercer domingo de Cuaresma del año (Jn 4:5-42) narra la historia del encuentro de Jesús con una samaritana en el pozo de Jacobo.
El relato es extraordinario por varios motivos: destaca la humanidad y la divinidad de Jesús, y muestra claramente que su ministerio derriba las barreras que nos separan. Tal como lo expresaría el papa Francisco, en esta lectura del Evangelio Jesús rompe varios muros y los sustituye por puentes.
Según san Juan:
“Una mujer de Samaria vino a sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de beber.’ Pues Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. Entonces la mujer samaritana le dijo: ‘¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?’ [Porque los judíos no tienen tratos con los samaritanos]” (Jn 4:7-9).
De inmediato podemos identificar dos barreras: 1) la barrera cultural entre hombres y mujeres, y 2) la barrera religiosa entre samaritanos y judíos. La mujer se sorprende de que Jesús le hable pero lo que le dice a continuación en verdad la asombra.
La mujer ve claramente que Jesús está cansado y sediento. Le pide que le dé de beber, una petición meramente humana, pero también le habla sobre un tipo de sed distinta. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber,’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva” (Jn 4:10).
¿Qué significa el “agua viva” y por qué Jesús se lo menciona? Al principio, la mujer se muestra totalmente confundida; lo enfoca desde una perspectiva práctica, no espiritual. “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva?” (Jn 4:11) La respuesta de Jesús parece incomprensible: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4:13-14). Todavía concentrada en el aspecto práctico, la mujer le responde: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4:15).
Esta es la tercera barrera que debemos superar: la que obstruye nuestra capacidad para ver más allá del aquí y ahora para llegar al significado más profundo de nuestras vidas. Sí, somos humanos y tenemos necesidades básicas que atender: hambre, sed, necesidad de techo, sanación física y más. Pero también somos seres espirituales cuyas necesidades trascienden los requisitos mundanos. Necesitamos amor, perdón y esperanza para el futuro. Necesitamos creer que nuestras vidas tienen un propósito y que el camino que emprendemos desde el momento de nuestra concepción hasta el día en que morimos nos llevará a nuestro hogar celestial. Esta es la sed de la que habla Jesús, la que solo él puede calmar.
Solo cuando Jesús le señala a la mujer su verdadero estado civil se da cuenta ella de que le habla de algo más grande que la sed física. “Tienes razón al decir que no tienes marido,” le dice Jesús. “Porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido” (Jn 4:17). Jesús no la regaña ni la desprecia; le dice la verdad con amor.
La mujer le dice entonces: “Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4:19). Al darse cuenta de que se ha encontrado con “el que es llamado Cristo,” la samaritana abandona sus preocupaciones prácticas (el cántaro) y se fue a contarles a los demás sobre Jesús.
Ese día Jesús construyó tres puentes: 1) afirmó la igualdad de hombres y mujeres, 2) trató a una extranjera (a quienes los judíos devotos consideraban apóstatas) con dignidad y respeto, y 3) dejó claro que la vida es más que la simple satisfacción de nuestras necesidades terrenales.
La Iglesia nos proporciona la temporada de la Cuaresma para recordarnos que, tal como les dijo Jesús a los discípulos “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra” (Jn 4:34). Hay ocasiones en las que debemos decir verdades desagradables, como hizo Jesús, pero lo hacemos por amor, para construir puentes, no muros.
Oremos por la gracia para seguir el ejemplo de nuestro Señor. Reconozcamos a Jesús como el agua viva que anhelamos. †