July 3, 2015

Alégrense en el Señor

Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad

Archbishop Joseph W. Tobin

La semana pasada escribí acerca de los efectos devastadores que acarrea la pobreza para las familias aquí en el estado de Indiana. Citando la carta pastoral que publicamos recientemente los obispos de Indiana, titulada Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana, escribí: “Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad; cuando las familias se quebrantan y son inestables, todas las comunidades humanas sufren. Al mismo tiempo, reconocemos que la pobreza intensifica la inestabilidad del matrimonio y de la vida familiar, ya que puede provocar una tensión intolerable que limita el desarrollo humano.”

La experiencia de la Iglesia durante más de 2,000 años en distintas circunstancias económicas, políticas y culturales reafirma la importancia de la familia como la unidad fundamental de la sociedad humana. Creemos que las familias sanas son la clave indispensable para tener comunidades sanas, tanto en el ámbito local, regional, nacional e internacional. Es por ello que repetimos con vehemencia: ¡Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad!

Desde esta perspectiva, la Iglesia considera que el fortalecimiento de la vida familiar debe ser nuestra primera prioridad. El bienestar de los niños y los adolescentes es fundamental para la salud y el bienestar de la sociedad; la familia es el entorno que propicia la protección, la crianza, el crecimiento y el desarrollo de los integrantes más jóvenes de nuestra sociedad.

En nuestra carta pastoral expresamos que:

“El fortalecimiento de la familia requiere que apoyemos el matrimonio y el ideal de familias constituidas por un padre y una madre que viven juntos y comparten la responsabilidad de sus hijos. Hoy en día muchas familias están quebrantadas y la mayoría enfrenta enormes presiones. Todas las familias necesitan ahora nuestro apoyo amoroso y nuestra asistencia, incluso a medida que nos esforzamos para granjearnos un futuro en el que puedan prosperar las familias sanas.

“Por consiguiente, proponemos que todos los servicios y las decisiones sobre programas que efectúen las agencias gubernamentales, instituciones privadas y ministerios eclesiásticos en relación con la familia, se rijan por una sola pregunta: ¿Acaso los programas y las políticas dan un énfasis fundamental al bienestar infantil y mejoran—no desmerecen—los matrimonios sólidos y la vida familiar?”

Se trata de una pregunta muy sencilla pero no somos ingenuos y sabemos que no es tan fácil “poner en primer lugar a la familia” en todas las cuestiones económicas, políticas, culturales y religiosas. De hecho, nuestra experiencia sugiere que muy a menudo los problemas que aquejan a niños, adolescentes y familias ocupan, en el mejor de los casos, el segundo lugar y, en el peor de los casos, no se les toma en cuenta en absoluto.

En Pobreza en la Encrucijada los obispos “proponemos que cada diócesis, parroquia, institución educativa y organización de salud católica de nuestro estado sirva como catalizador de un esfuerzo local y popular que se concentre en mitigar la pobreza en su comunidad.”

Consideramos que la Iglesia debe desempeñar una función primordial en los esfuerzos tendientes a fortalecer la vida familiar, por su propio bien y como una forma de contribuir a mitigar la pobreza. Invitamos a todas las personas de buena voluntad para que se unan a este esfuerzo sistemático y de colaboración para atender las necesidades de los niños y las familias de Indiana.

Para garantizar que nuestros esfuerzos sean más que meras palabras bienintencionadas, propusimos que se establecieran—e implementaran—objetivos claros y mesurables para todas las actividades destinadas a mitigar la pobreza atendiendo las necesidades de los matrimonios y de las familias de nuestro estado.

Estamos plenamente conscientes de que no se pueden calcular fácilmente todos los resultados pero, tal como lo expresamos en nuestra carta pastoral, estamos convencidos de que “contar con metas claramente definidas nos ayudará a establecer y cumplir objetivos que sean ambiciosos pero alcanzables con la ayuda de la gracia de Dios.”

En columnas posteriores haré énfasis en los vínculos que existen entre la vida familiar, empleo, educación y atención de salud. Pero es importante destacar con la mayor claridad posible que la necesidad de fortalecer el matrimonio y la vida familiar no es simplemente una cuestión más entre muchas otras. Consideramos que esta es la primera prioridad—y la más fundamental de todas—para garantizar el bienestar de las personas y de la sociedad en su totalidad.

Tal como lo expresamos en Pobreza en la Encrucijada:

“La pobreza agrega una presión intolerable a la capacidad de la familia para llevar a cabo su misión como la célula fundamental de la sociedad. Las familias están llamadas a ser administradoras de todos los dones de Dios y esto requiere un ambiente de estabilidad y paz que brinde a cada integrante de la familia las oportunidades para ejercer sus responsabilidades para el bien común. Un ambiente familiar solidario produce personas más sanas, felices y llenas de esperanza, que más probablemente se esforzarán por el bien común y participarán en actividades comunitarias.”

¡Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad! No nos cansamos de repetirlo; nuestro compromiso de criar, proteger y ver crecer familias que sean física, emocional y espiritualmente sanas es un aspecto fundamental de la misión de la Iglesia y del bienestar de la sociedad. Si descuidamos el matrimonio y la vida familiar, fallamos en nuestra responsabilidad más elemental como administradores de los dones de Dios para la humanidad.

Trabajemos juntos para mitigar la pobreza mediante la creación de familias; trabajemos en pro del fortalecimiento de las familias y de la sociedad. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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