Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía es nuestra mejor oración de agradecimiento
El comienzo de mayo marca la época aniversaria de ordenación para muchos de nuestros sacerdotes. Mis compañeros de clase y yo conmemoraremos nuestro aniversario número 46 el 3 de mayo.
Exactamente la mitad de mis años como sacerdote los he celebrado como obispo. Agradezco a Dios mi ministerio y recuerdo ese 3 de mayo de 1964, cuando ni siquiera podía imaginar la posibilidad de ser obispo. Ser sacerdote es una bendición tan inmensa que no se ha perdido su importancia con el paso del tiempo.
A menudo nos preguntan que es lo que más nos agrada de servir como sacerdotes. Muchos responden, lo mismo que yo, que es la celebración de los sacramentos, de la Eucaristía, en especial.
En 1964, habríamos dicho que celebrar la Misa. El Concilio Vaticano Segundo revivió el título Eucaristía, el cual, traducido del griego, significa acción de gracias. La Eucaristía es nuestra mejor oración de agradecimiento
El Papa Juan Pablo II declaró el año 2005 como el Año de la Eucaristía. Es bueno que recordemos sus razones para hacerlo.
Primero que nada, la Iglesia desea que valoremos el obsequio incomparable que Jesús nos entregó antes de morir por nosotros.
Segundo, quería enfatizar la posición central que ocupa la Eucaristía en la vida de nuestra fe cristiana.
Tercero, quería que reenfocáramos nuestra reverencia y respeto por la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, no solamente en la misa, sino también en los sagrarios de nuestras iglesias.
Finalmente, quería atraer nuestra atención a la importancia de la adoración del Santo Sacramento.
Cuando celebramos la Eucaristía, la Última Cena que Cristo celebró al comienzo de su Pasión, Él se hace presente entre nosotros y para nosotros. Por medio de la Eucaristía contamos con el Jesús crucificado y resucitado entre nosotros en nuestra peregrinación por el mundo. Jesús nos pide sólo una cosa: el “amén” de nuestra fe viviente.
El Papa Juan Pablo dijo que la Eucaristía debe ir precedida por la oración. Y a partir de ella, la oración emerge para inspirar todas nuestras obras apostólicas. La Eucaristía y la evangelización, la Eucaristía y la proclamación del Evangelio están interrelacionados.
En su carta del Año de la Eucaristía el santo padre se refirió a la historia de dos discípulos en el camino a Emaús. Ellos recibieron la primera catequesis sobre la crucifixión, la resurrección y la Eucaristía. Luego de la muerte de Jesús se sintieron desalentados y vencidos—volvían a casa a continuar con sus viejas costumbres.
Conocieron a un forastero, que sabemos que era Jesús, quien caminó con ellos y pacientemente los llevó a una reflexión sobre la Palabra de Dios, que los ayudó a comprender los “acontecimientos del día.”
Sus corazones ardían. Un encuentro casual con un extraño, una invitación para que el extraño cenara con ellos y en la partición del pan, reconocieron que era Jesús quien estaba con ellos. Y eso marca toda la diferencia.
Los dos discípulos se volvieron y regresaron a Jerusalén para proclamar lo que habían escuchado y visto. Acababan de recibir la primera enseñanza sobre el significado de la crucifixión, la resurrección y la Eucaristía. Y volvieron a evangelizar. Lo hicieron con fe. Fue un momento de reconocimiento en la partición del pan.
En la historia de Emaús se pueden detectar dos enseñanzas importantes sobre la Eucaristía. El Papa Juan Pablo II se concentró en las palabras “quédate con nosotros.”
En la Presencia Real de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía, el Santo Sacramento permanece con nosotros en nuestros sagrarios. Cuando nos encontramos desalentados, al igual que los discípulos en el camino a Emaús quienes estaban a punto de abandonarlo todo, podemos dirigirnos a nuestra iglesia más cercana para pasar tiempo con Jesús, quien sigue entre nosotros. Allí podemos agradecer a Dios el regalo de nuestra fe y el obsequio de Jesús en la Eucaristía.
Heredamos nuestra fe católica y con ella la Eucaristía en sus comienzos humildes en las riberas del Wabash, aquí en Indiana. Compartimos una comunión que no está simplemente en el ahora de 2010. Nuestra fe se remonta a nuestro pasado—hasta Cristo y la época apostólica.
Desde allí, nuestra herencia católica llegó a Indiana por medio de Europa como obsequio de nuestros valientes y ancestrales inmigrantes en la fe. Se nos bendijo especialmente con la guía santa de nuestro primer obispo, el Siervo de Dios Simon Bruté, y por la Santa Theodora Guérin, la bendita fundadora de las Hermanas de la Providencia, ambos de las riberas del Wabash. Estos pioneros santos tenían una profunda devoción por el Santo Sacramento. Y ambos fueron evangelistas literalmente.
Nuestro llamado a la santidad hoy en día no es menos importante de lo que fue en las riberas del Wabash en 1834. Nuestros humildes comienzos son un recordatorio importante de que la gracia de Dios provee en nuestras necesidades.
Hoy en día destacamos el tesoro de la misma Eucaristía y la misma misión compartida que nos llega a través de los siglos. †