Buscando la
Cara del Señor
El don del sepulcro vacío de la Pascua nos demuestra que nuestros pecados pueden ser perdonados
Me cuesta creer que estemos a punto de comenzar la quinta semana de la Cuaresma. Resulta oportuno pensar anticipadamente sobre la observancia del Domingo de Ramos y de la extraordinaria Semana Santa.
Las palmas de este año se quemarán y se convertirán en cenizas para el próximo Miércoles de Ceniza cuando las recibiremos junto con el recordatorio formal: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.”
No está de más tener presente que las palmas de la victoria se convierten en un recordatorio sensato de lo pecaminoso de nuestra condición humana. Ellas reflejan lo que ocurre en la liturgia impresionante del Domingo de Ramos. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén termina en un dolor amargo.
San Bernardo dijo alguna vez: “Qué distintos los gritos ‘crucifícalo, crucifícalo’ y ‘bendito el que viene en nombre del Señor, ¡hosanna en el cielo!’ Qué distintos son los gritos que ahora lo proclaman ‘Rey de Israel’ y dentro de unos pocos días dirán: ‘¡No tenemos más rey que el César!’ ¡Qué contraste entre las ramas verdes y la cruz, entre las flores y las espinas! Antes le ofrecían sus propias ropas para que él caminara sobre ellas, y muy poco después lo despojaban de las suyas y las echaban a la suerte” (Sermón del Domingo
de Ramos, 2, 4).
La Pasión según San Marcos es probablemente el relato que se asemeja más a la historia de lo que verdaderamente le ocurrió a Jesús. En muchos aspectos, describe a Jesús en los términos más humanos.
Sus últimas palabras fueron: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15:34). Sin embargo, al final, un soldado romano pagano habla de esperanza cuando dice: “¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!” (Mc 15:39).
Durante la Semana Santa Jesús es sometido a prueba. Al final, como Hijo de Dios, triunfa sobre el pecado y la muerte. Lo hace a través de su debilidad humana.
Durante la Semana Santa San Pedro es sometido a prueba. Le jura fidelidad eterna a su amigo y maestro, Jesús. Y luego lo traiciona tres veces. Pese a ello, como hombre de fe, se arrepiente rápidamente de su pecado.
Durante la Semana Santa Judas es sometido a prueba. Él es quien se queja de desperdiciar el aceite valioso para ungir a Jesús antes de su muerte; es quien vende a Jesús por 30 monedas de plata.
A la larga, al darse cuenta del terrible error que cometió, devuelve las 30 monedas de plata pero aún así es incapaz de buscar el perdón porque no es un hombre de esperanza; trágicamente, se desespera y toma su propia vida.
A pesar de que Judas es amigo de Jesús no puede ver lo que ve el centurión pagano, no puede ver que Jesús murió por el también.
Muchos siglos después, como pueblo de fe, peregrinamos hacia el futuro con esperanza.
Judas resulta un triste caso sobre la desesperación. Su traición a Jesús no fue repentina. La traición no es un acto repentino.
En la casa de Lázaro, cuando María ungió los pies de Jesús con aceite costoso, Judas demostró su cinismo. Comentó que la unción era un despilfarro; que el dinero debió entregarse a los pobres.
El cinismo denota la falta de esperanza y puede ser el precursor de la desesperación. Y el cinismo por lo general es la fachada de algo oscuro.
San Juan nos cuenta la verdad sobre Judas: era un ladrón. Judas estaba viviendo en una mentira y no pudo encontrar el camino de regreso a la verdad, a Jesús.
En cierto modo ¿acaso no se nos somete a prueba durante la Semana Santa? Tan solo tenemos que hurgar en nuestros corazones para saber que nuestras negaciones continúan sumándose al sufrimiento y a la muerte de Jesús.
Jesús no murió solamente por los pecados de Pedro y de Judas, o por el pecado en general. Murió también por nuestros pecados particulares.
La verdad es que Jesús no nos amó en un sentido vago, como la gente que vive en el siglo XXI. Él nos ama a cada uno como amigo y de manera especial.
¿Acaso nos arrepentimos? ¿Tenemos acaso la esperanza de Pedro que negó a Jesús tres veces? ¿Nos arrepentimos como Pedro que fue el primero en entrar al sepulcro vacío en la mañana del Domingo de Resurrección? El maravilloso don del sepulcro vacío de la Pascua promete la posibilidad de que nuestros pecados sean perdonados.
El sacramento de la reconciliación es un don pascual que Jesús conquistó por nosotros, de modo que la hoja de la palma junto con la cruz representan un símbolo de victoria.
Este don se encuentra a disposición en la quinta semana de la Cuaresma y durante la Semana Santa. Tenemos tiempo para confesar nuestros pecados, ya sea esta semana o durante la Semana Santa.
Si lo hacemos, la hoja de palma nos guiará más allá de la oscuridad y de la cruz radiante al júbilo de la Pascua. †