Buscando la
Cara del Señor
Debemos convertirnos en ministros de esperanza para quienes lo necesiten
Raramente nos imaginamos el impacto que podemos tener en otras personas. iRaramente nos imaginamos el impacto que puede tener nuestro testimonio como personas de oración.
Estoy bastante seguro de que muchas de las personas santas que han vuelto a casa con Dios, han causado una profunda impresión en nosotros cuando menos se lo imaginaban.
El arzobispo jubilado, Harry Flynn, de la Arquidiócesis de San Pablo y Miniápolis, relató la siguiente historia mientras conducía nuestro retiro espiritual para obispos el pasado agosto. Esta historia ilustra la esencia de lo que trato de explicar.
Jerry era un seminarista que se preparaba para el sacerdocio diocesano. Gozaba de un gran respeto tanto de sus compañeros seminaristas, como del cuerpo de profesores.
Pero al final de su primer año en el seminario, por algún motivo, reprobó todas las materias. No es de sorprender que el cuerpo de profesores dijera que no podría continuar con sus estudios al sacerdocio.
El rector del seminario se preguntó si Jerry podría mejorar en sus estudios y sugirió que tomara clases de teología durante el verano para ver si mejoraba.
Jerry aceptó la sugerencia, trabajó arduamente y salió bien. Así que el rector lo admitió nuevamente en el seminario. Jerry aprobó todas sus materias y se ordenó como diácono después de su tercer año de teología.
Mientras servía como diácono en una asignación de verano en un pequeño pueblo de la diócesis, Jerry fue a visitar a su director vocacional que se encontraba a cierta distancia.
Esa noche, camino a casa, sufrió un accidente en el coche y se fracturó una pierna.
Cuando llegó el momento de quitarle el yeso de la pierna, su madre lo llevó a una clínica cercana. Le quitaron el yeso, Jerry se levantó y cayó al piso muerto. Se le había formado una embolia que cobró su vida.
Durante el funeral en su ciudad natal, el rector del seminario observó la presencia una hermana religiosa y después del funeral le preguntó cómo conocía a Jerry.
La hermana le dijo que había conocido a Jerry durante el curso de verano. Le explicó que al llegar al curso de verano tenía planeado pedir que la dispensaran de sus votos religiosos y dejar el convento.
Durante el curso de verano observó que Jerry pasaba muchísimo tiempo rezando ante el Santísimo Sacramento, rezando su breviario, el rosario y simplemente estaba allí en adoración silente.
La monja le dijo al rector que el ejemplo de Jerry hizo que se diera cuenta de que ella había tomado una decisión respecto a su vocación sin antes consultarla con Dios.
Elevó su discernimiento a la oración y se dio cuenta de que realmente había sido llamada para la vida consagrada.
La lealtad de Jerry hacia Jesús en la oración resultó un testimonio poderoso. Ha sido una religiosa consagrada por 42 años. Le debe su vida religiosa a Jerry, quien no tenía ni idea de lo que lograría con su ejemplo.
Quizás tendríamos a bien preguntarnos: ¿acaso hablamos con Dios sobre las prioridades en nuestras vidas? No hay nada como pasar un tiempo con Dios para que nos ayude a ver nuestra vida en perspectiva.
Resulta muy fácil dejarnos llevar por los detalles y las preocupaciones cotidianas. El tiempo que pasamos con Dios nos proporciona tranquilidad y sosiego en el corazón.
Hablar con Dios en una cultura que pretende privatizarlo cada vez más y negarle el lugar que le corresponde en el mundo que Él creó y mantiene, es una responsabilidad que todos compartimos.
El pasado junio el Papa Benedicto XVI en sus reflexiones señaló que cuando hacemos a un lado a Dios, nada de las cosas que realmente nos importan pueden hallar un lugar permanente, pues todas nuestras esperanzas, por grandes o chicas que sean, están fundamentadas en el vacío. Dijo que era necesario abrir nuestros corazones, nuestras mentes y todas nuestras vidas a Dios, para ser sus testigos creíbles entre nuestros hermanos y hermanas.
“Mediante la perseverancia en la oración el Señor amplía nuestros deseos y expande nuestras mentes, haciéndonos capaces de recibirlo en nuestro interior. ... Debemos abrirnos a la mirada de Dios, a Dios mismo, para que a la luz de Su rostro las mentiras y las hipocresías desaparezcan. ... Es mediante la oración que aprendemos a mantener el mundo abierto a Dios y a convertirnos en ministros de esperanza para los demás” (L’Osservatore Romano, #25, 18 de junio, 2008).
Jerry, el seminarista de la historia, estaba simplemente cumpliendo con su deber como seminarista y diácono. En ocasiones, cumplir con su deber ante el Santísimo Sacramento, pudo ser el mayor acto de amor que podía ofrecer. Quizás incluso le parecería que el tiempo que pasaba en oración era un tanto pesado, pero de todos modos se entregaba a la mirada de Dios. Por la gracia de Dios ese simple obsequio de sí mismo se convirtió en un instrumento de salvación para otra persona.
¿Acaso hablamos con Dios? Nosotros también podemos convertirnos en ministros de esperanza para aquellos que lo necesiten. Y podemos ayudar a mantener el mundo abierto a Dios. †