Buscando la
Cara del Señor
La subestimación del valor de la disciplina en la enseñanza de la fe a nuestros jóvenes
Mientras pensaba en qué quería escribir para esta segunda semana de la Cuaresma, mis pensamientos se remontaron a mi niñez, ¡bien atrás! (Discúlpenme si he mencionado estas evocaciones antes.)
Durante mis primeros años de la escuela elemental, y antes de que nuestro pastor persuadiera a mis padres para que me enviaran a nuestra escuela parroquial, asistía a una escuela pública rural de una sola aula, localizada cerca de nuestro hogar. (Uno de mis tíos era el maestro.)
Por aquellos días en el sur de Indiana la educación religiosa para los estudiantes que asistían a escuelas públicas se impartía los sábados en la mañana en nuestra escuela parroquial que se encontraba en el pueblo.
La mayoría de los que vivíamos en barrios rurales éramos primos y alguien de nuestras familias nos llevaba al pueblo para recibir las lecciones. Pero si hacía buen clima, caminábamos a casa después (tan sólo un par de millas).
Por lo general, creo que a todos nos daban cinco centavos para comprar golosinas en la tienda de la esquina del pueblo, las cuales comíamos caminando de regreso a casa después de la lección.
Durante la Cuaresma, alentados por nuestros maestros de religión y por insistencia de nuestros padres, casi todos dejábamos de comer golosinas y goma de mascar como penitencia cuaresmal.
Pero de todos modos nos daban los cinco centavos. Y seguíamos comprando las golosinas o la goma de mascar, las cuales guardábamos en una caja (debajo de la cama), hasta la Pascua.
¡Qué difícil era caminar de vuelta a casa y no comernos las golosinas por el camino! Aquellos de nosotros que no lográbamos vencer el desafío éramos duramente reprendidos por nuestros compañeros. Y qué difícil era no sacar algunas de las golosinas de la caja debajo de la cama antes de la Pascua. ¡Mamá vigilaba esa tentación!
Sí, supongo que podría criticar en retrospectiva esa práctica de la Cuaresma y ver todo tipo de cosas malas sobre ella.
Podríamos haber entregado los cinco centavos como limosna. (Por cierto, de niños, teníamos sobres dominicales para la Iglesia y, a regañadientes, parte de nuestra escueta mesada iba para la cesta de la colecta. Fue una enseñanza buena y precoz sobre la mayordomía y nuestra necesidad de dar.)
¿Era verdaderamente una penitencia cuaresmal si de todas formas comprábamos las golosinas y las guardábamos para atiborrarnos en la Pascua? ¡Por supuesto que lo era!
De una forma diminuta pero muy significativa, aprendimos sobre la Cuaresma como una temporada de ayuno. Y por supuesto, entendíamos por qué era bueno sacrificar algo que queríamos.
Se nos enseñaba sobre el amor inmolatorio de Jesús por nosotros. Y aprendíamos sobre el sacrificio. Y que nos dejaran atiborrarnos cuando llegaba la tan esperada Pascua, era una declaración tangible de la importancia de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.
Guardo además otros recuerdos de niño sobre la Cuaresma
Nuestra familia recorría las Estaciones del Vía Crucis y el drama del sufrimiento de Cristo, así como las distintas personas del camino a la cruz, capturaban mi imaginación infantil. Muchos de ustedes saben que especialmente esa devoción sigue significando mucho para mí.
También recuerdo que, si bien el conejillo de Pascua llegaba para muchos niños, no llegaba a nuestro hogar hasta la Pascua y sabíamos por qué.
Y además estaba el Viernes Santo. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, hasta que tuvimos edad suficiente para ir a la iglesia, mi hermano y yo no podíamos salir a jugar en el horario normal. Y se nos explicaba por qué.
No nos gustaba para nada, pero aprendimos a tener un respeto profundo por el sufrimiento y la muerte de Jesús. ¡Y de veras disfrutábamos la Pascua!
Hasta el sol de hoy albergo un sentimiento profundamente arraigado por la Cuaresma y por la Pascua. Se me inculcó a temprana edad ese sentido sobre nuestras costumbres devocionales católicas, más por medio de la práctica que por las palabras, pese a que ambas iban juntas.
Menciono todo esto porque pienso que hoy en día solemos subestimar la importancia de las prácticas devocionales externas y la disciplina tradicional a la hora de enseñar a nuestros jóvenes sobre nuestra fe.
Relato mi experiencia para demostrar que no es nada especialmente complicado. También lo menciono porque me preocupa profundamente la falta de disciplina que observo en algunos de nuestros jóvenes.
La autodisciplina es algo que se aprende a temprana edad y se aprende con mano firme y disciplina constante, no por medio de episodios esporádicos y severos. Aprendimos la autodisciplina y como compañeros, reafirmábamos y supervisábamos ese desafío entre nosotros mismos.
Si me detengo a pensar, aquello que significaba mucho para mí de niño tiene la misma significación para mí hoy en día y, quizás, para todos nosotros como adultos.
Aun hoy día necesito y valoro las prácticas devocionales de la Cuaresma. Me alegra recordarlo. †