Buscando la
Cara del Señor
Cuaresma: La conexión entre el sufrimiento de Jesús y el nuestro
El sufrimiento forma parte del misterio de la vida humana. Nuestro encuentro con este misterio resulta inevitable. Nos abre la puerta a un significado aun más profundo del hecho de ser humanos.
Durante las próximas semanas de la Cuaresma, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre el significado de nuestra redención por medio de Jesús y de “hacer la conexión” entre su sufrimiento y el nuestro.
Sería una pena que simplemente comentáramos sobre el sufrimiento humano que Jesús soportó por nosotros. Esto sería la pérdida de una importante oportunidad espiritual.
La reflexión imaginativa en momentos silentes de oración nos puede ayudar a medir lo que Jesús hizo por nosotros hace 2,000 años. Es una bendición poder realizar una conexión espiritual con la Pasión de Cristo. Su sufrimiento y muerte no fue un teatro ya que asumió la carga de los pecados de todas las eras.
Existe una devoción católica antigua de recorrer el Vía crucis. Las 14 estaciones se encuentran en nuestras iglesias parroquiales. Ellas marcan la última travesía de Jesús en su camino al Calvario donde murió por nosotros. Las estaciones nos ayudan a recordar el precio que Jesús tuvo que pagar en términos de sufrimiento humano. No resulta difícil hacer la conexión.
La mayoría de nuestras familias han presenciado sufrimientos muy profundos. Sé de muchos que sufren profundamente, aun ahora cuando nos adentramos en esta época de la Cuaresma. Lo sé porque muchos de ustedes me han escrito pidiendo el consuelo de mis oraciones.
Resulta desgarrador contemplar con impotencia a medida que un pequeño niño, hijo o hija sucumbe ante el cáncer o alguna otra enfermedad devastadora. Las palabras no pueden describir el sufrimiento de los jóvenes padres que pierden un hijo.
Los abuelos sufren con sus hijos y sus nietos. Piensan y dicen “¿por qué no podía ser yo?” Dios, el Padre siempre amoroso, permitió que su Hijo sufriera por nuestro bien. Ciertamente de alguna manera su corazón divino se sintió conmovido.
En la cuarta estación del Vía crucis Jesús encuentra a su madre. ¿Cómo sería el dolor tan profundo de María mientras acompañaba a su hijo en su camino al Calvario? Se le había advertido que su hijo estaba destinado a entregar su vida y que asimismo, una espada le atravesaría el corazón a ella. Pero la advertencia no alivió el dolor.
Recuerdo una escena dramática de la película La Pasión de Cristo. Presentaba a María arrodillada, secando la sangre de Jesús con toallas, justo después de haber presenciado los horribles azotes en la columna. Era la imagen conmovedora de una madre indefensa queriendo recuperar algo de la dignidad de su hijo. Muchos de nosotros hemos estado allí, de una u otra manera.
La quinta estación del Vía crucis nos proporciona otro punto de referencia. En tanto que a María se le había advertido de su sufrimiento, a un campesino que regresaba a su casa luego de un día de trabajo, no.
Simón el Cirineo, un hombre común, iba camino a casa cuando se vio obligado a ayudar a cargar la cruz que Jesús no podía soportar. Debió preguntarse “¿por qué yo?”
¿A cuántos de nosotros se nos impone repentinamente una carga que no podemos hacer a un lado: enfermedad, muerte en la familia, pérdida del trabajo, pérdida del hogar, traición por parte del cónyuge o de un amigo? Aunque no nos guste, de una u otra manera todos sufrimos las injusticias de la vida.
Sospecho que Simón el Cirineo debió preguntarse “¿por qué yo?”, pero viendo el sufrimiento de Jesús también debió decir “yo lo ayudaré.”
Creo que esto ha de ser cierto porque más adelante en las Escrituras descubrimos que sus dos hijos, Rufo y Alejandro, se convirtieron en miembros activos de la primitiva comunidad cristiana.
El sufrimiento forma parte de ser humanos, independientemente de si deseamos aceptarlo o no. Resulta ingenuo pretender lo contrario. Si aceptamos el sufrimiento como parte de nuestra cuota humana, podemos ennoblecer nuestro espíritu humano. Si “hacemos la conexión” en la fe con el sufrimiento de Jesús y María, experimentamos una unión tangible con ellos.
También experimentamos una unión con todos aquellos que sufren. No importa cuánto queramos negar el sufrimiento, si de hecho lo aceptamos como una manera de estar con Jesús y con su madre, recibimos una gracia transformadora que nos puede dar fuerzas para tener paciencia y perseverancia.
¿Acaso esto significa que debemos procurar el sufrimiento o de alguna manera vanagloriarnos en él? No, pero en lo que respecta a nuestra integridad espiritual debemos aceptarlo como una señal de que Dios quiere que estemos cerca de su hijo Jesús en su misión inmolatoria de redención.
Quizás el sufrimiento sea la invitación de Dios para que nosotros “hagamos la conexión” y carguemos las cruces que se nos presentan en el camino, teniendo en cuenta siempre a Jesús. Esto aligera nuestras cargas. †