Seeking the Face of the Lord
Somos verdaderamente nosotros mismos cuando cuerpo y alma se están íntimamente unidos
Continuo con la serie sobre la encíclica “Dios es amor” del Papa Benedicto.
El Santo Padre dijo que al hablar del amor “nos encontramos de entrada ante un problema de lenguaje. El término ‘amor’ se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.”
La encíclica habla acerca de la comprensión y la práctica del amor en la Sagrada Escritura y en la tradición de nuestra Iglesia, pero el Santo Padre dijo que asimismo debemos tener presente el significado de la palabra amor en las distintas culturas y en el uso que se le da en nuestros días.
“Se habla de amor a la patria, de amor por la profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a Dios.”
Entre todos estos significados “destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible.”
El Papa indica que en comparación a éste, todos los demás tipos de amor parecen palidecer. Y plantea: “todas estas formas de amor ¿se unifican al final, de algún modo, a pesar de la diversidad de sus manifestaciones, siendo en último término uno solo, o se trata más bien de una misma palabra que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?”
A continuación, el Santo Padre elabora una exposición acerca de la diferencia y la similitud entre el amor como “eros” y el amor como “ágape.”
Escribió: “Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano.” Menciona en su exposición que el Antiguo Testamiento Griego emplea la palabra eros únicamente en dos ocasiones, en tanto que el Nuevo Testamento no la emplea en absoluto.
En griego existen tres palabras para el amor: eros, philia (el amor de amistad) y agapé. Con frecuencia el Nuevo Testamento emplea la palabra agapé. El Evangelio según San Juan utiliza la palabra philia (el amor de amistad) “con significado ampliado,” para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos.
Cabe destacar que los griegos raramente utilizaban la palabra agapé. “Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor.”
Los críticos del cristianismo desde la época de la Ilustración asumieron esta nueva forma de entender el amor como algo absolutamente negativo. De hecho, Friedrich Nietzsche expresó una apreciación ampliamente difundida al aseverar que el cristianismo había envenenado a eros lo cual lo hizo degenerar gradualmente en un vicio. “La Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?”
Resulta un planteamiento importante. ¿Acaso el cristianismo realmente destruyó a eros? Para responder dicha interrogante el Santo Padre ofrece un breve análisis sobre el término en el mundo precristiano. Los griegos, al igual que otras culturas, consideraban a eros ante todo como una suerte de arrebato, un triunfo sobre la razón por una “locura divina” que “arranca al hombre de la limitación de su existencia” y le permite experimentar la felicidad suprema.
Virgilio dijo: “el amor todo lo vence – y añade – rindámonos también nosotros al amor.” En las religiones precristianas esta actitud se plasmaba en los cultos a la fertilidad, entre los cuales se encuentra la prostitución “sagrada” que se daba en muchos templos. “El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad.”
Si bien el Antiguo Testamento se opuso a esta forma de religión, combatiéndola como una perversión de la religiosidad, en ningún momento rechazó al eros. Más bien, según expresó el Papa: “[el Antiguo Testamento] declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros que se produce en esos casos lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza (...) En realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa.”
Esta breve reseña del significado de eros en la época precristiana y el concepto del Antiguo Testamento, nos enseña dos cosas: “Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana.” Pero no se trata simplemente de dejarse dominar por el instinto. “Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia.” Esto no es rechazar el eros ni ‘envenenarlo,’ sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.”
El Santo Padre dice que esto se debe principalmente al hecho de que somos seres constituidos por cuerpo y alma. Somos verdaderamente nosotros mismos cuando cuerpo y alma se están íntimamente unidos. Dijo que el desafío del eros puede superarse verdaderamente cuando se logra esta unidad.
(Continúa la próxima semana.) †