Seeking the Face of the Lord
El misterio de la Pascua encierra una promesa para todos
La Pascua se conoce como la fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades. Es la primera fiesta celebrada por la Iglesia. Nos deseamos una Feliz Pascua.
¿Qué queremos decir cuando deseamos una Feliz Pascua? ¿Acaso nos alegramos porque la Cuaresma terminó y ya no tenemos que abstenernos de comer carne los viernes? ¿O es porque ya no tenemos que mantener promesas sino hasta el año siguiente? ¿Feliz Pascua es sinónimo de Feliz Primavera? ¡Alegrémonos de haber dejado atrás otro invierno gris!
Probablemente “Feliz Pascua” significa eso y mucho más. Siento pena por aquellos de nosotros para quienes es simplemente otro domingo en abril. Habrá miles de personas deambulando por las calles y carreteras buscando qué hacer durante esta fiesta de las fiestas, quizás más irritados de lo normal porque muchas tiendas y establecimientos se encuentran cerrados. Buscarán algo que valga la pena en la vida, alguien que los tome en cuenta.
La verdad es que el misterio de la Pascua encierra una promesa para todos. Pero aun si esas personas solitarias y contrariadas entraran en nuestras iglesias el domingo de Pascua, no les sería fácil, al igual que no es fácil para nosotros entender el enorme obsequio de la Pascua para nuestra familia humana.
Decimos que Jesús conquistó una gran Victoria frente a la muerte. Creemos en ello, pero tal vez de modo vacilante. No entendemos la muerte y todo aquello que no entendemos nos atemoriza. Así que no nos permitimos pensar mucho en ello. “Está muy lejos,” pensamos. Tal vez no.
Me atrevo a decir que para aquellos de nosotros que nos hemos topado cara a cara con la muerte el impacto de lo que significa que Jesús haya conquistado la muerte para siempre cobra otro valor. Mientras tanto, la mayoría de nosotros debe creerlo en sus corazones.
Sin embargo, el sentido común nos hace detenernos para reflexionar. Si esta vida es el fin de todo, si nuestra existencia culmina con la muerte, realmente no hay mucho por lo cual vivir, trabajar y sufrir. Ciertamente nos divertimos y en la vida existen muchas alegrías. Pero siempre vienen y se van. Siempre está la desilusión de la mañana siguiente. Y deseamos más.
La resurrección de Jesucristo significa que después de que usted y yo caminemos por el pasillo de esta vida y crucemos la puerta de la muerte, como de hecho lo haremos, entonces la vida apenas empieza. Apenas comienza la alegría más allá de todas las imágenes y la alegría y paz espiritual infinitas.
Nuestros primeros padres cerraron la puerta de la muerte. Cristo, a través de su increíble sufrimiento y muerte en el amor, abrió esa puerta. Rompió el candado del pecado y de la muerte. Esa fue su Pascua. Y la celebramos todos los años y cada domingo. Hemos sido liberados. Ya no nos encontramos desesperadamente encerrados en la oscuridad de la muerte.
Y ahora, usted y yo podemos esperar la Pascua con tranquilidad en nuestras mentes y nuestros corazones. En vez de vivir con el terror de que al final, todo es en vano; en vez de vivir con miedo de que la muerte sea una puerta cerrada para nosotros, tenemos la certeza de una nueva y hermosa vida por venir. Cristo nos entregó este obsequio de esperanza. Cristo conquistó una libertad por nosotros que nadie puede arrebatarnos. Cristo nos volvió a poner en contacto con Dios, el todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, quien todo lo puede. ¡Y lo ha hecho! ¡Y por eso decimos, Feliz Pascua!
Y el lunes de Pascua, cuando volvamos a la vida laboral cotidiana, ¿acaso volveremos con un poco más de fe y mucho más amor? ¿O será un regreso a vivir la vida superficialmente? La Semana Santa y el Triduum que finaliza con la celebración de la Pascua nos permiten echar un vistazo a una realidad más profunda cuando el Hijo de Dios, Jesús, destruyó el poder de la muerte y del pecado.
Su muerte nos habla de un amor poderoso y su resurrección es un llamado a una fe y una esperanza más profundas. Hemos encontrado una esperanza más fuerte que la historia superficial y un amor más poderoso que la muerte. ¿Acaso creemos en ello?
El domingo de Pascua renovamos nuestras promesas bautismales y se nos rocía con el agua bendita de la Pascua como recordatorio de que hemos entrado en una realidad más profunda de la vida. Creemos que se nos ha hecho hermanos y hermanas en el vientre bautismal de la Iglesia Madre.
En el bautismo pasamos con Jesús de la muerte a una realidad aun más profunda de la vida que no culmina con la muerte. Tal vez no entendamos la vida y la muerte; tal vez no entendamos el renacimiento y la resurrección. Sin embargo, al igual que Pedro cuando se inclinó a mirar en la tumba vacía, tan solo podemos sentirnos asombrados.
¡Gracias a Dios por el obsequio de nuestra fe! ¡La vida y la realidad encierran muchas más cosas de las que podemos ver!†