Seeking the Face of the Lord
La adoración a Dios es nuestra base
para vivir una vida justa
Durante la primavera, me parece que no existe otra época tan hermosa en Indiana. Luego llega el otoño y pienso que no existe otra estación tan hermosa en Indiana. (Para mí, el invierno gris aparentemente interminable es otra historia). La belleza natural del cambio de las estaciones en Indiana es un obsequio que eleva nuestro espíritu. Me gusta pensar que nuestros espíritus sienten la necesidad de ofrecer un agradecimiento especial a Dios, el arquitecto de la belleza de nuestra Tierra.
Pero no siempre nuestro mundo es hermoso. Hace un par de semanas reflexionaba sobre las tragedias naturales de los huracanes Katrina y Rita. Ellos son responsables por una enorme devastación y gran sufrimiento humano. Al tratar de lidiar con el horror de estos acontecimientos, los invito a que acudamos a Dios en nuestra necesidad de consuelo y ayuda divina.
No creo que Dios haya enviado los huracanes como castigo por nuestros pecados. Por otro lado, las imperfecciones de nuestro mundo y nuestra humanidad terrenal encuentran su origen en el distanciamiento de Dios. El pecado original de nuestros primeros padres, Adán y Eva, tuvieron consecuencias para todos nosotros. Dios les entregó la dignidad del libre albedrío, la capacidad para responder libremente a su amor por nosotros. A pesar de que Adán y Eva eligieron decirle “no” a Dios, y sucumbir a la tentación de querer ser igual a Dios, la libertad de decir “sí” o “no” a su amor persiste como nuestra herencia.
Y también nos queda la belleza del mundo y de la vida humana. En cuanto al obsequio de la libertad y la belleza, debemos decirle “sí” al amor creativo de Dios. En realidad también heredamos la posibilidad de decir “no” y existen muchas maneras de hacerlo. Tal vez no pensemos en ello con mucha frecuencia, pero nuestra responsabilidad de reconocer la existencia de Dios y su amor divino por nosotros es el principal acto de justicia. Si le decimos “no” al amor de Dios, si nos negamos a reverenciar y adorar a Dios adecuadamente, ¿cómo podemos contar con una base para vivir una vida justa? Es el primer mandamiento, por encima de todos los demás.
¿Cómo le decimos “sí” o “no” a Dios? Comienzo por la obligación verdadera de adorar a Dios. Me sorprende la actitud bastante arrogante que se ha venido desarrollando con respecto a nuestra obligación dominguera de dedicarle a Dios lo que se merece. Supongo que esto dice bastante acerca de nuestros valores.
Cuando le pregunto a la gente por qué no asisten a misa el sábado por la tarde o el domingo, por lo general me da la impresión de que es algo que depende de si es oportuno o no. En ocasiones otro evento, como por ejemplo un partido de los Colts, resulta más atractivo. O a veces escucho “no voy porque no le saco mucho provecho a la misa”, como si la Eucaristía fuera para nuestra diversión. Para aclarar, la Eucaristía debe estar bien planificada y debe celebrarse bien, y es en parte, para nutrir nuestra fe. Pero primero y principal, es para adorar a Dios.
Éstas y otras razones para mantenernos alejados parecieran insinuar que Dios no es lo suficientemente importante en mi vida como para sacrificar mi tiempo u otros deseos por amor o gratitud, para poder adorarlo. ¿Acaso no es esta una manera contemporánea de decirle “no” a Dios? Decir que no necesitamos a Dios es, por lo menos, desconsiderado.
Nuestra fe no sobrevivirá si no la practicamos, porque la fe es como un músculo: si no se ejercita, se debilita. Así como nuestros cuerpos necesitan alimento, agua y oxígeno, así nuestras vidas espirituales necesitan los sacramentos de la Iglesia y la oración para poder vivir y crecer fuertes. Iré más allá y diré que no solamente necesitamos (al menos) la misa semanal, sino también oración diaria. La oración es la única manera que tenemos de mantenernos cerca de Jesús.
El respeto a Jesús presente en otras personas, el respecto por la dignidad de la vida humana es otra manera más de decirle “sí “ o “no” a Dios en nuestra vida cotidiana. Sin nuestra proximidad con Jesús no somos aptos para respetar a los miembros de nuestras familias con el amor que necesitan y merecen. Y sin Jesús, probablemente no podamos reconocerlo en nuestro prójimo y en los necesitados. Decirle “no” a nuestros familiares, a nuestro prójimo y a los necesitados es otra manera de decirle “no” a Dios. Sin la oración, el desafío resulta demasiado grande poderle hacer frente.
Jesús nos entregó la Iglesia y los sacramentos de la Iglesia para ayudarnos a vivir vidas verdaderas, es decir, reconocer nuestra necesidad de Dios en momentos difíciles y expresar nuestro humilde agradecimiento en los buenos momentos.
Que la belleza de la creación de Dios toque nuestros corazones en la hermosura colorida del otoño en Indiana. †