Seeking the Face of the Lord
La señal de la cruz nos recuerda
que necesitamos a Dios
Según el ritual católico, cuando se presenta un niño para su bautismo, el celebrante dice: “(José o María), la comunidad cristiana te recibe con gran alegría.” En su nombre, te reclamo para Cristo, nuestro salvador por la señal de su cruz. Ahora trazaré la cruz en tu frente e invito a tus padres y padrinos a que hagan lo mismo.”
Después del bautismo, un católico practicante realiza la señal de la cruz miles de veces a lo largo de los años.
Cuando entramos en una iglesia nos persignamos con el agua bendita de la Pascua, como recuerdo de nuestro bautismo, el evento más importante de nuestras vidas. ¿Acaso pensamos en esto?
Nos persignamos cuando el sacerdote nos impone una bendición durante la misa o en los otros sacramentos y demás ocasiones. ¿Acaso nos damos cuenta de que las bendiciones vienen de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
La mayoría de nosotros se persigna al comenzar y finalizar nuestras oraciones diarias. ¿Nos damos cuenta de que esta mera señal es un acto de fe?
Yo me persigno al despegar y al aterrizar cuando viajo en avión. ¿Acaso nos damos cuenta de que la señal de la cruz es una expresión de nuestra humilde necesidad de Dios?
La mayoría de nosotros se persigna a la hora de comer. Algunos tienen la costumbre de persignarse al pasar por una iglesia católica, en reconocimiento a la Presencia Real de Cristo en el Santo Sacramento.
En el ritual del Miércoles de Ceniza se nos imponen cenizas en forma de cruz que nos identifican públicamente como católicos.
La señal de la cruz ciertamente nos identifica como católicos. Nos damos cuenta de ello en restaurantes, o, por ejemplo, si un atleta se persigna antes de realizar un lanzamiento o cuando es su turno al bate.
Recuerdo mi sorpresa cuando observé el rito del entierro del Presidente Ronald Reagan en California. Aproximadamente la mitad de los dolientes jóvenes y mayores que presentaron sus respetos ante el sarcófago se persignaron. A pesar de que muchas veces la señal de la cruz se realiza sin prestar demasiada atención, ya que lo hacemos con mucha frecuencia, aun así este acto representa un compromiso con la fe. Y constituye una buena costumbre a adoptar.
¿Acaso no sería maravilloso si durante la Cuaresma lo hiciéramos como una señal más intencional de que queremos unirnos a Cristo en su camino al Calvario, a su muerte y victoria en la cruz? Resulta una meditación muy productiva pensar sobre el significado de la cruz en el misterio de nuestra salvación. La victoria de Cristo en la cruz convirtió lo que había sido un símbolo de ignominia, el instrumento de castigo y muerte para los criminales, en un símbolo de orgullo de nuestra fe cristiana. Obviamente la cruz representa todo menos un ritual mecánico para Cristo en su tortuosa muerte por nosotros.
La Cuaresma es una época excelente para recordar consciente y agradecidamente que Cristo nos redime a través de la cruz en nuestro bautismo. Oremos con más fervor sobre el significado de las palabras de Cristo en el Evangelio: “toma tu cruz y sígueme”. Su intención va más allá de la aceptación del ritual simbólico, a pesar de su gran valor.
La marca de la señal de la cruz nos invita a proponernos que todos nuestros sufrimientos, los reveses en la vida, tal vez nuestras enfermedades, las grandes y pequeñas decepciones, incluso el ayuno y las mortificaciones intencionales e inadvertidas durante estos 40 días, se unan a la cruz de Cristo. Unir nuestras cruces a la suya le da aunque sea un poco de sentido al sufrimiento. Ninguna vida se escapa del sufrimiento.
La marca de la cruz durante la Cuaresma podría implicar un compromiso renovado para ayudar a Jesús a llevar su cruz hasta el Calvario, ayudando al prójimo que necesita ayuda para cargar con sus cruces. Si reflexionamos sobre la misión de Jesús, ciertamente nadie debería estar obligado a cargar solo con sus sufrimientos.
La señal de la cruz, que nos reclama para Cristo, es una señal muy pública que nos identifica a cada uno de nosotros como iguales en dignidad, hombres y mujeres, niños y adultos, personas de todas las razas y culturas, ricos y pobres, los agraciados y los menos aventajados. Todos hemos sido creados a imagen de Dios. Y, además, Cristo murió en la cruz por cada uno de nosotros.
Llevar la cruz en nuestra vida cotidiana es un símbolo público de que entramos en el misterio pascual con la fe de que para cada uno de nosotros existe un reino en el que toda lágrima será enjugada. Creemos en la victoria de la cruz y esperamos con ansias la gloria de la Pascua.
Que Cristo nos proporcione la gracia de la Cuaresma para recibir su cruz con alegre orgullo. †